I
En los cafés de Viena no se hablaba de otra cosa: una joven
y desconocida pianista había ganado con su música un lugar en el corazón de la
emperatriz María Teresa. "Para brillar junto al niño prodigio, debe ser
excepcional", decían los corrillos.-¿De quién hablan? -preguntó con voz
ronca un recién llegado.-De la rival que le disputa al niño Mozart el favor de
nuestra soberana —respondió con malicia un noble de peluca empolvada.-En el
corazón de la emperatriz hay lugar para sus dieciséis hijos y para todos los
músicos del mundo-bromeó, despechado, un artista del pincel. Rudolf oía
divertido los comentarios. La presentación de su amada Elizabeth en la corte
imperial había resultado un verdadero suceso. Pero lo más importante era que la
joven tendría ahora la oportunidad de realizar estudios de composición con el
maestro Gluck. Bebió de un sorbo su einen
Braunen y salió a la calle. Caminaba ligero y feliz del éxito de su
esposa. La aguardaba una brillante carrera como intérprete y -él estaba seguro-
como compositora. Al pasar por la Stephansdom, se detuvo frente al "Portal
del Gigante" y comprobó que el enorme hueso, que había dado nombre al
portal, ya no estaba. Lo habían retirado unos días atrás, después de que los
iluminados espíritus científicos dictaminaran que la pieza -hallada en el
año1200, durante la construcción de la catedral- no pertenecía, como siempre se
había creído, a un gigante ahogado durante el Diluvio sino a un mamut. La
Pumerin dio seis sonoras campanadas y
Rudolf apuró el paso. Desde la sala del castillo llegaba, luminosa, la sonata
del maestro Haydn. Entró en puntas de pie para no distraer a Elizabeth. Se
ubicó a sus espaldas y siguió, en respetuoso silencio, los delicados y precisos
movimientos de las manos sobre el teclado. Las manos de su esposa. No las había
más bellas, más expresivas ni más sabias. Cerró los ojos dejándose llevar por
la dulzura del adagio y en la música pudo sentir la caricia.-¡Estabas aquí,
amor! -la voz sacó a Rudolf del ensueño.-No te oí llegar -dijo la muchacha
abrazándolo cariñosamente.-Yo en cambio, sólo he oído hablar de vos. En los
cafés, sólo se habla de tu éxito. Te nombran la rival de Mozart.-¡Qué
tontería! Ese niño es un genio. Tiene seis años y ya compone y ejecuta como un
maestro -replicó ella apoyando la frente sobre el pecho de su marido-. Además,
no me interesa rivalizar con nadie. Lo único que quiero esa prender y hacer lo
mejor posible. Con ternura, Rudolf la acarició.-¡Qué suerte tengo de que me
quieras! -le dijo-. Linda, inteligente, talentosa y dueña de estas maravillosas
manos. ¿Te dije, alguna vez, que sólo por ellas me enamoré de vos?-Tendré mucho
cuidado de no perderlas, entonces, sino quiero perder tu amor -contestó ella
dándole un suave golpecito en la
frente-. Y ahora, si me perdonas, debo seguir practicando mi sonata. Es posible
que muy pronto deba tocar nuevamente en Schónbrunn.
II
La multitud que se agolpaba en los alrededores de la Lugeck
impedía avanzar al cochero.- ¿Qué sucede? —ansioso, Rudolf se asomó por la
ventana del carruaje.-Colgarán a un ladrón, señor. Y, como usted sabe, estos espectáculos
vuelven loca a la plebe.-¡Necesito llegar cuanto antes a lo del doctor Duerf! –lo
apuró.-Lo sé, señor. Pero ahora es muy difícil retroceder para tomar otro
camino. Rudolf se arrojó prácticamente del coche y -avanzó, a los empujones,
entre la gente que acudía para ver la ejecución. Era preciso que hoy mismo el
doctor examinara a Elizabeth. La acosaban, desde días atrás, una tos, que se había
vuelto cavernosa, y fiebres cada vez más altas. Agobiado por la imagen pálida
de su esposa, apretó el paso. Se sentía lleno de temores: ¡qué frágil era la
felicidad! Cuando horas más tarde examinó a Elizabeth, el médico intentó
disimular, frente a ella, su preocupación. Rudolf, que se dio cuenta, lo llevó
aparte.-¿Es grave lo que tiene? -preguntó.-Es un organismo joven. Confiemos en
que pueda defenderse bien -contestó elusivamente el doctor Duerf. El esposo lo
tomó por los brazos y lo obligó a mirarlo a los ojos.-¡Quiero saber la verdad!
-exigió.-Está en manos de Dios -respondió el médico y poniéndose el abrigo
salió dejando a Rudolf sumido en la desesperación más terrible. Los días que
siguieron, no se apartó un segundo del lecho de su esposa. Luchaba tenazmente
contra la fiebre, lavando con paños fríos el debilitado cuerpo. Pero hora tras
hora, la infección avanzaba y la batalla se perdía. Agotada por la tos, la
joven casi no hablaba. Clavaba en Rudolf la mirada herida por el golpe
inesperado. La rueda de la fortuna había girado hacia el lado siniestro. Adiós amor.
Adiós música. Adiós dulces sueños. Sentado a su lado, el esposo acariciaba las
queridas manos, cada vez más delgadas. Cerrando los ojos, las veía deslizándose,
gráciles, sobre el teclado del piano. Y luego, en dulce caricia, las sentía
sobre su rostro. Sumido en el ensueño, no advirtió que las manos de Elizabeth
perdían el calor de la vida. Aulló como un animal herido, cuando se dio cuenta
de que ese frío helado, allí entre sus dedos, era el de la muerte.
III
Las blancas galerías desbordaban de entusiasmo. Toda la
nobleza de Viena se había dado cita para ver el magnífico espectáculo de la
Escuela de Equitación Española. Blancos, esbeltos, ricamente adornados, los caballos
se desplazaban danzando la polca con la gracia y la precisión de una ligera
bailarina. Sonaba ahora la melodía de una gavota y los animales cambiaron el
paso ajustándose al nuevo ritmo. Los ojos del público seguían deslumbrados con
los gráciles movimientos. Sólo Rudolf mantenía la mirada perdida. Una mirada
que atravesaba la materia para hundirse en una región insondable. Obligado por
sus amigos -sumamente preocupados por él- había concurrido a la presentación.
Pero sólo su cuerpo estaba allí. Su alma vagaba, en cambio, quién sabe por qué
zonas inciertas en busca de su amada Elizabeth. Al terminar la función, se
despidió de sus camaradas con un pretexto y regresó al castillo. Pasaba largas
horas en la sala del piano acariciando amorosamente el teclado. Le parecía
sentir el roce de las manos amadas y las lágrimas bañaban entonces su rostro y
caían sobre las teclas silenciosas. A pesar de los esfuerzos de sus leales
amigos, durante los meses que siguieron Rudolf se hundió, cada vez más, en una
negra melancolía. Había abandonado todo lo que, envida de Elizabeth, le causara
placer. Ya no asistía a las presentaciones de las óperas ni frecuentaba los
encantadores cafés donde solía beber con deleite su einen Braunen mientras se enteraba de los últimos
chismes de la corte. Ya no competía en largas partidas de ajedrez ni
participaba de las cacerías en los bosques. Su deseo, su pasión habían muerto
con su esposa. Decidido a reunirse con ella, dejó de alimentarse. Hans, el
criado que lo había visto nacer, lograba que ingiriera un caldo, suculento a
fuerza de las carnes y verduras hervidas en él. Uno de esos fríos atardeceres
en que estaba tendido en el lecho, "esperando a la que vendría a
buscarlo", según decía, Rudolf creyó oír en el piano aquella sonata de
Haydn que Elizabeth iba a tocar en Schonbrunn. El corazón le dio un vuelco.
¿Era real lo que oía o era sólo un invento de su debilita-da imaginación? Trató
de levantarse pero se mareó. Recurrió entonces al caldo de Hans, quien, lleno
de alegría, vio cómo su joven amo embuchaba un tazón detrás del otro.
Recuperadas las fuerzas, bajó a la sala con el anhelo de descubrir de dónde
venía la música. No había nadie. Sin embargo, la tapa del piano estaba
levantada y al acariciar las teclas Rudolf las sintió tibias.-¡Elizabeth,
Elizabeth! -clamó. Asustado, Hans acudió.-¿Me llamaba, señor? -preguntó
inquieto. Sin responderle, el joven retornó a su cuarto con la convicción de
que la música volvería. Y así fue. Esa misma madrugada, oyó nuevamente el
adagio. ¡Nadie sino ella podría interpretarlo así!, se dijo. —¡Elizabeth,
Elizabeth! -la llamó buscándola Una mano se apoyó en su hombro. Giró lleno de
esperanza y se enfrentó a un rostro arrugado, atónito.-Vuelva al lecho -le dijo
Hans con tono preocupado-.Ella ya no está entre nosotros, señor. Se dejó
conducir mansamente. ¿Qué sabía ese pobre viejo? Él la encontraría. Mañana
mismo iría a buscarla.
IV
Ató los caballos al coche. Partiría antes del alba para llegar
al anochecer. El viaje tomaría un par de jornadas. Estaba intranquilo. No
deseaba dejar a su joven amo en esas condiciones. Lo había sorprendido buscando
a Elizabeth por todo el castillo. Como si hubiera olvidado que estaba muerta.
Pero Rudolf se había encaprichado: quería tomar el licor que los benedictinos
elaboraban en su abadía. Y él, Hans, debía ir a buscarlo. Por otra parte, se alegraba
de que el muchacho se entusiasmara por algo, aunque más no fuera por el licor.
Volvería lo antes posible, pensó el viejo, mientras se montaba al pescante. Desde
la ventana de su cuarto, Rudolf lo vio partir. Le había costado convencer al
fiel Hans para que lo dejara solo. No quería testigos. Pensarían que estaba
loco. Pero él sabía la verdad, había comprendido. Se calzó un par de botas
altas y se abrigó con una capa. Necesitaba una lámpara y una pala. Las hallaría
cerca de las caballerizas, donde se guardaban las herramientas. Hacía frío y la
luna iluminaba apenas el paisaje desolado. Tarareando el adagio, se encaminó
hacia el cementerio. Había llovido recientemente y sus botas se hundían en el
barro dificultando la travesía. Pero él se sentía liviano. Los árboles
proyectaban sus sombras sobre las tumbas. El grito de un búho lo sobresaltó.
"Elizabeth Von Hagen 1740-1757", leyó al iluminar la lápida. La liberaría.
Con las manos, retiró las losas que cubrían la tierra y empezó a cavar. Pese al
frío, su frente se perló de sudor. Se sentía débil y el esfuerzo era intenso.
De pronto, la pala golpeó algo duro: el ataúd donde Elizabeth yacía encerrada.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, quitó la tierra hasta descubrir, por
completo, la caja oscura. Fue entonces cuando oyó -clara, bella, precisa- la
sonata. ¡Venía desde allí adentro! ¡Lo sabía! ¡Sabía que Elizabeth estaba viva!
Ella lo había llamado con su música. Desesperado, arrancó la tapa. La sacaría
de allí. Volverían a ser felices, felices para siempre. Antes de ver, lo estremeció
el olor. Cuando pudo reponerse del hedor de la muerte, descubrió, horrorizado,
los gusanos asomando por las cuencas vacías. Se desmayó. Largo rato después,
volvió en sí. La música seguí asonando. Podía oírla con total claridad y ver
las blancas manos de Elizabeth corriendo por el teclado. Se incorporó. Se
obligaría a mirar una vez más dentro del ataúd. Entonces, recién entonces, las
vio. ¡Era un milagro! Si el resto eran despojos, las manos, en cambio, se
habían conservado intactas. ¡Las manos de Elizabeth! Blancas y tibias,
palpitantes de vida. Cuando Rudolf las tomó entre las suyas, se desprendieron
suavemente del cadáver. El muchacho las llevó hasta su pecho donde se
refugiaron en busca de calor. Durante el trayecto de regreso, les habló con
palabras tiernas y pudo sentir cómo ellas le respondían con caricias. Ya en el
castillo, dejó que se posaran sobre el teclado del piano. Llenas de gracia y
sabiduría, interpretaron para él la sonata. Rudolf reía de felicidad. Y cuando
la música terminó, cubrió de besos las queridas manos.
V
Faltaban pocos kilómetros para llegar. Hans apuró a los caballos.
Durante todo el camino había tenido un mal presentimiento. Temía por la salud
de su joven amo y rogaba que estuviera bien. Había aprovechado el viaje a la abadía
para solicitar consejo a los monjes. Al relatarles que Rudolf creía ver a la
muerta, el superior prometió ir al castillo y asperjarlo con agua bendita. Así
alejarían a los espíritus malignos que podrían haberse apoderado del lugar y de
su dueño. La residencia estaba en silencio cuando empujó la pesada puerta. Todo
parecía en orden. Se tranquilizó. Buscando a su amo, llegó hasta la sala del
piano. Allí lo encontró. De espaldas, inclinado sobre el teclado. El criado
avanzó hacia el muchacho para ofrecerle el dulce licor benedictino. Pero las
botellas se hicieron añicos contra el piso y la bebida se derramó como el
llanto cuando Hans vio la horrorosa escena. Ajeno a la presencia del viejo y
ajeno para siempre a la realidad de este mundo, Rudolf besaba apasionadamente
unos desnudos y afilados huesos. Los pálidos restos de las que habían sido las
blancas, bellísimas manos de Elizabeth.
Lucía Laragione
quiero resumen
ResponderEliminarTodavia lo queres¿
Eliminarsi
EliminarUna pregunta .
ResponderEliminarComo se caracterizaba a la sociedad de esa epoca
linda
EliminarPutrida
EliminarCuales son los personajes primarios y secundarios del cuento las manos ?
ResponderEliminarPrimarios : Rudolf, Elizabeth
EliminarSecundarios : Hans
cual es el tiempo y el espacio del relato?
ResponderEliminarHoy estamos en Mayo y no ocurre en el espacio, creo que es en La Tierra, posdata cuidate del corona virus
Eliminaraguante los que vienen del massa de lengua ojala nos apruebe
ResponderEliminarSos un mono
EliminarMassa 2020paaa
EliminarDescripcion de los personajes primarios
ResponderEliminarSon mejores que los secundarios ¿Necesitas mas?
EliminarLo Vivido Lo Transforma? ¿Porque?
ResponderEliminarSupongamos esto: estas muy enamorado de la mujer de tu vida, y una enfermedad la mata, eso afecta psicologicamente, lo transformo por que el anelaba a su amada y lo psicologico lo hizo ver cosas que no son, tuvo un cambio muy malo, se volvio psicotico.
EliminarA que tipo de cuento pertenece
ResponderEliminarRealista brother
EliminarFantástico
Eliminarbuenardo
ResponderEliminarespacio o lugares donde ocurre la historia?
ResponderEliminarEn estados unidos, en un castillo, la sala con el pianos, ahi muchas ecenas
Eliminaren viena.
Eliminaren Alemania, en una mansión
Eliminareste cuento se puede considerar cuento de terror o de fantasmas?
ResponderEliminaresta en la percepción de cada uno, ya que si, hay cosas paranormales que suceden pero al final te dice que Rudolf se volvio loco, ya que solo el escuchaba la cancion y solo el veia las manos conservadas
Eliminarcuales son los hechos anormales
ResponderEliminarcuando escucha el piano tocar la melodia de elizabeth pero al final no habia nadie, cuando escuchaba la misma melodia desde su tumba y cuando encontro su cadaver podrido pero sus manos intactas :D
EliminarPregunta?
ResponderEliminarCuáles hechos son anormales enumerar
cuando escucha el piano tocar la melodia de elizabeth pero al final no habia nadie, cuando escuchaba la misma melodia desde su tumba y cuando encontro su cadaver podrido pero sus manos intactas :D
Eliminarpor que este cuento es una historia de terror? justificar
ResponderEliminara
ResponderEliminarcúal es el mensaje?
ResponderEliminarcúal es el mensaje?
ResponderEliminarEl libro está en físico, y si es así como se llama?
ResponderEliminarlas manos
EliminarQue vinculo une a rudolf y elizabeth?
ResponderEliminarestaban casados jaja
EliminarDel cuento “Las manos”, ¿Qué hizo Rudolf luego de ver el cadáver de su esposa?
ResponderEliminarTiempo en el que se deaarrollan los hechos?
ResponderEliminar¿q sentimientos o emociones experimenta el prtagonista al inicio del relato?
ResponderEliminarCómo Era La Vida De Rudolf Y Elizabeth Al Inicio De La Historia?
ResponderEliminar¿cuales son los hechos que corrompen con la realidad?
ResponderEliminarMuere Bob esponja
EliminarEn que lugar o espacio paso?
ResponderEliminarPorque hans le habla preocupado al protagonista en la 3 parte ?
ResponderEliminarMe lo decis no se
EliminarJustifica con ejemplos la siguiente afinación. “Las manos " es una narración cuyo hecho no se ajustan al orden de lo conocido y de lo posible, por eso se trata de un cuento extraño.
ResponderEliminarAyuda
ResponderEliminarPor favor
ResponderEliminarAlguien me puede esplicar
ResponderEliminarCállate goy
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